viernes, 31 de diciembre de 2010

Crítica a los postulados tradicionales de la izquierda sobre el poder


Según Deleuze, la caja de herramientas puesta en obra por Foucault podía explicarse como un ejercicio de suspensión metódica de los principales postulados mantenidos por los discursos tradicionales acerca del poder, como resultado de un ensayo por poner entre paréntesis al modo fenomenológico una serie de prejuicios, de tesis tópicas que guían los análisis políticos al uso y que son entendidos ahora como obstáculos que impiden un acceso fecundo a la problemática del poder contemporáneo. A mi entender, la estrategia expositiva de Deleuze conserva hoy integro su valor, y merece ser recordada. Cinco serán los postulados cuya renuncia metodológica reclama Foucault, y que, tal como son tematizados por Deleuze, rezan del siguiente modo1:
1. Postulado de la Propiedad (según el cual el poder es algo que posee la clase dominante): El poder no se posee, se ejerce. No es una propiedad, es una estrategia: algo que está en juego. Sus efectos no son atribuibles a una apropiación, sino a dispositivos de funcionamiento. Dispositivos que no son unívocos, sino coyunturales (el poder no tiene finalidad ni sentida); dispositivos que siempre pueden ser invertidos, en un momento dado. «Este nuevo funcionalismo no niega ciertamente la existencia de las clases y de sus luchas, pero dibuja otro cuadro, con otros paisajes, otras personajes, otros procedimientos que aquellos a los que la historia tradicional, incluso marxista, nos había acostumbrado: “puntos innumerables de enfrentamiento; hogares de inestabilidad, con sus riesgos de conflicto cada uno, de luchas y de inversión por lo menos transitoria de las relaciones de fuerza”, sin analogía ni homología, sin univocidad, pero con un tipo original de continuidad posible.»
2. Postulado de la Localización (según el cual el poder debe entenderse como poder del Estado): El Estado no es el lugar privilegiado del poder; su poder es un efecto de conjunto. Hay que atender a la microfísica del poder: a sus hogares moleculares. Este espejismo del Estado vehicula, por la menos, dos grandes errores políticos: a) plantear la toma del Estado como toma del poder; b) plantear un contra-Estado (el Partido, el Sindicato) como forma óptima de ejercicio del poder. «Al funcionalismo de Foucault le corresponde una topología moderna que no asigna ya un lugar privilegiado como fuente del poder, y no puede seguir aceptando una localización puntual (hay una concepción del espacio social tan nueva como la de los espacios físicos y matemáticos actuales, como también para la continuidad).»
3. Postulado de la Subordinación (según el cual, el poder encarnado en el aparato de Estada estaría subordinado a un modo de producción que sería su infraestructura). Aquí, su réplica al mecanicismo comunista se hará enteramente nítido: evidentemente que es posible hallar correspondencias más o menos estrictas entre un modo de producción que plantea unas necesidades y una serie de mecanismos que se ofrecen como solución. Pero hay que evitar el concepto estrecho de determinación, mostrando lo que hay de invento en el modo como se solucionan los problemas infraestructurales. El poder no es una mera sobreestructura. Toda economía supone unos mecanismos de poder inmiscuidos en ella. Hay que abandonar el modelo del espacio piramidal trascendente por el de un espacio inmanente hecho de segmentos. «El poder tiene como caracteres la inmanencia de su campo, sin unificación trascendente; la continuidad de su línea, sin una centralización global; la contigüidad de sus segmentos sin totalización distinta: espacio serial.»
4. Postulado del Modo de Acción (según el cual, el poder actúa por medio de mecanismos de represión e ideología): Éstas no son sino estrategias extremas del poder, que en ningún modo se contenta con impedir y excluir, o hacer creer y ocultar. El poder produce, a través de una transformación técnica de los individuos. Conviene tener muy presente este aspecto organizacional del poder que hace decir a Foucault: el poder produce lo Real. En nuestras sociedades, esta transformación técnica de los individuos, esta producción de lo real, va a recibir un nombre: normalización, la forma moderna de la servidumbre. Normalización es, por supuesto, imperio de lo normal, de la media estadística, de la somnolencia a lo acostumbrado, pero también quiere nombrarse así la preeminencia de la norma en este ámbito, su proliferación cancerígena que recubre y despuebla todos los espacios abiertos de la ley. El 8 de octubre de 1976, en Radio Frunce, en el curso de un debate sobre «L’expertise médicolégal» Foucault establecerá las siguientes diferencias a retener entre el ámbito de la ley y el de la norma: I) La ley es binaria (legal-ilegal); la norma está constituida por un sistema de gradaciones. 2) La ley sólo interviene en caso de infracción; la norma interviene a lo largo de toda la vida. 3) La ley interviene sólo cuando una institución (especialmente la judicial) se hace cargo de ella; la norma se da en un encabalgamiento de instituciones, es siempre una multiplicidad la que la hace funcionar. 4) La ley puede (debe) ser conocida, en principio; sólo conocen la norma quienes la establecen a partir de un cierto saber. 5) La ley actúa al descubierto; la norma actúa en la sombra y por medio de los «normalizadores competentes».
5. Postulado de la Legalidad (según el cual, el poder del Estado se expresa por medio de la ley): Debe ponerse en juego otra comprensión de la ley: entender la ley no como lo que demarca limpiamente dos dominios –legalidad-ilegalidad–, sino como un procedimiento por medio del cual se gestionan ilegalismos. Ilegalismos que la ley permite o inventa como privilegios de clase; o que tolera como compensación, o para recuperarlos en otro terreno en favor de la dase dominante; o bien ilegalismos que prohibe, aísla y define como medio de dominación. La ley no es un estado de paz no es la carta otorgada por el nuevo soberano el día de su victoria, sino la batalla perpetua: el ejercicio actual de unas estrategias. «únicamente una ficción puede hacer creer que las leyes están hechas para ser respetadas, que la policía y los tribunales están destinados a hacer que se las respete. Únicamente una ficción teórica puede hacernos creer que nos hemos suscrito de una vez por todas a las leyes de la sociedad a la que pertenecemos. Todo el mundo sabe también que las leyes están hechas por unos, y que se imponen a los demás. Pero al parecer podemos dar un paso más. El ilegalismo no es un accidente, una imperfección más o menos inevitable. Es un elemento abso
lutamente positivo del funcionamiento social, cuyo papel está previsto en la estrategia general de la sociedad. Todo dispositivo legislativo ha articulado unos espacios protegidos y provechosos en los que la ley puede ser violada. con otros en los que puede ser ignorada, con otros finalmente en los que las infracciones son sancionadas. En el límite, me atrevería a decir que la ley no está hecha para impedir tal o cual tipo de comportamiento, sino para diferenciar las maneras de vulnerar a la misma ley. » Estas eran las palabras con las que Foucault presentaba su libro al público a través del diario Le Monde, en aquellos tiempos.
Deleuze concluirá su análisis de estos postulados saludando la novedad y la importancia del espacio que abren, con estas palabras:
Es como si una complicidad con el Estado se hubiera roto. Foucault no se contenta con decir que hay que repensar determinadas nociones, ni siquiera lo dice, lo hace, y propone así nuevas coordenadas para la práctica. En el trasfondo ruge una batalla, con sus tácticas locales, sus estrategias de conjunto, que no proceden, sin embargo, por totalización, sino mediante relevadores, empalmes, convergencias, prolongamientos. Se trata de la pregunta: ¿Qué hacer? El privilegio teórico que el marxismo da al Estado como aparato de poder implica de un cieno modo su concepción práctica del partido director, centralizador, que procede a la conquista del poder del Estado; pero a la inversa, es esta concepción organizativa del partido la que se hace justificar por esta teoría del poder. Una teoría distinta, otra práctica de lucha, otra organización estratégica son el envite del libro de Foucault.
Hasta aquí esta primera ayuda de Deleuze, cuyas palabras finales, sin embargo, levantan alguna duda razonable. ¿Otra teoría política? ¿Otra práctica de lucha? ¿Otra organización estratégica? Sí, tal vez sí.

1. G. Deleuze, «Eceivain non: uo nouveau cartographe», en Critique, 343, 1975. Este texto ha quedado recogido en G. D., Foucault, París, Minuit, 1986(trad.cast.: Foucault, Barcelona, Paidós, 1987). Foucault por su parte lo tomará como punto de partida de la reflexión metódica que lleva cabo en La volonté de savoir (Histoire de la sexualité,1), París, Gallimard, 1976.

MOREY Miguel, Introducción a Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones .Michel Foucault. Ed. Alianza Editorial

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