miércoles, 30 de mayo de 2012

1914: ¿UNO SÓLO O VARIOS LOBOS?


Tomado de: Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (2000). Mil mesetas, Pre-textos.



Aquel día, el hombre de los lobos se levantó del diván más cansado que de costumbre. Sabía que Freud tenía la genialidad de rozar la verdad, pasar de largo, y suplir luego el vacío con asociaciones. Sabía que Freud no entendía nada de lobos, de anos tampoco, por cierto. Freud sólo entendía de perros, de colas de perro. Y eso no bastaba, no bastaría. También sabía que muy pronto Freud le consideraría curado, pero que no era cierto, que continuaría siendo eternamente tratado por Ruth, por Lacan, por Leclaire. Por último, sabía que estaba a punto de adquirir un verdadero nombre propio, Hombre de los lobos, mucho más propio que el suyo, puesto que con él accedía a la más alta singularidad en la aprehensión instantánea de una multiplicidad genérica, los lobos, pero que ese nuevo, ese verdadero nombre propio iba a ser desfigurado, mal ortografiado, retranscrito en patronímico. 


A pesar de todo, Freud iba a escribir poco después algunas páginas extraordinarias. Páginas fundamentalmente prácticas, en el artículo de 1915 sobre “El inconciente”, relativas a la diferencia entre neurosis y psicosis. Freud dice que un histérico o un obseso son personas capaces de comparar globalmente un calcetín con una vagina, una cicatriz con la castración, etc. Sin duda, aprehenden el objeto como global y perdido a un tiempo. Ahora bien, captar eróticamente la piel como una multiplicidad de poros, de puntitos, de pequeñas cicatrices o de agujeritos, captar eróticamente un calcetín como una multiplicidad de mallas, eso sí que no se le ocurriría a un neurótico, sólo un psicótico es capaz de hacerlo: “creemos que la multiplicidad de las pequeñas cavidades no permitiría que el neurótico las utilizase como sustitutos de los órganos genitales femeninos”. Comparar un calcetín con una vagina, pase, lo hacemos a diario, pero comparar un puro conjunto de mallas con un campo de vaginas, eso sólo puede hacerlo un loco, dice Freud. 


Y es un descubrimiento clínico muy importante: ahí radica toda la diferencia de estilo entre neurosis y psicosis. Así, cuando Salvador Dalí se esfuerza en reproducir sus delirios puede hablar largo y tendido DEL cuerno del rinoceronte; no por ello su discurso deja de ser un discurso de neurópata. Pero cuando se pone a comparar la piel en carne de gallina con un campo de minúsculos cuernos de rinoceronte, está muy claro que la atmósfera cambia, y que hemos entrado de lleno en la locura. 


¿Una nueva comparación? Más bien una pura multiplicidad que cambia de elementos o que deviene. Al nivel micrológico, las pequeñas ampollas “devienen” cuernos, y los cuernos, penes pequeños. 



A punto de descubrir el gran arte del inconciente, el arte de las multiplicidades moleculares, Freud no cesa de volver a las unidades molares, y de reencontrar sus temas familiares, el padre, el pene, la vagina, la castración..., etc. (A punto de descubrir un rizoma, Freud siempre vuelve a las simples raíces). El procedimiento de reducción es muy interesante en el artículo de 1915: Freud dice que el neurótico orienta sus comparaciones o identificaciones hacia las representaciones de las cosas, mientras que la única representación que le queda al psicótico es la de las palabras (por ejemplo la palabra agujero). 



“La identidad de la expresión verbal, y no la similitud de los objetos, es la que dicta la elección del sustituto”. Así pues, cuando no hay unidad de cosa, al menos hay unidad e identidad de palabra. Se observará que los nombres están tomados aquí en un uso extensivo, es decir, funcionan como nombres comunes que aseguran la unificación de un conjunto que incluyen. El nombre propio sólo puede ser así un caso límite de nombre común que contiene en sí mismo su multiplicidad ya domesticada y la relaciona con un ser y objeto planteado como único. La relación del nombre propio como intensidad con la multiplicidad que él aprehende instantáneamente queda así comprometida, tanto para las palabras como para las cosas. Según Freud, cuando todo se fragmenta y pierde su identidad, aún queda la palabra para restablecer una unidad que ya no existía en las cosas. ¿No estamos asistiendo al nacimiento de una aventura ulterior, la del Significante, esa instancia despótica e insidiosa que suplanta a los nombres propios asignificantes, que sustituye las multiplicidades por la pálida unidad de un objeto que se considera perdido? 



No andamos lejos de los lobos. El Hombre de los lobos, en su segundo episodio llamado psicótico, vigilará constantemente las variaciones o el trayecto variable de los agujeritos o pequeñas cicatrices de la piel de su nariz. Pero en el primero, que Freud considera neurótico, cuenta que ha soñado con seis o siete lobos en un árbol, y ha dibujado cinco. Ahora bien, ¿quién ignora que los lobos van en manada? Nadie, salvo Freud. Lo que cualquier niño sabe perfectamente, Freud lo desconoce. Freud pregunta, con falso escrúpulo: ¿cómo explicar que haya cinco, seis o siete lobos en el sueño? Como ha decidido que era una neurosis, emplea el otro procedimiento de reducción: no inclusión verbal al nivel de la representación de las palabras, sino asociación libre al nivel de la representación de las cosas. El resultado es el mismo, puesto que siempre se trata de volver a la unidad, a la identidad de la persona o del objeto supuestamente perdido. Los lobos tendrán que desembarazarse de su multiplicidad. La operación se realiza asociando el sueño con el cuento del Lobo y los siete cabritos (de los que sólo seis fueron comidos). Asistimos al júbilo reductor de Freud, vemos literalmente la multiplicidad salir de los lobos para afectar a los cabritos, que no pintan nada en esta historia. Siete lobos que ahora son cabritos, seis lobos, puesto que el séptimo cabrito (el propio Hombre de los lobos) se oculta en el reloj, cinco lobos, puesto que quizá fue a las cinco cuando vio a sus padres hacer el amor, y porque la cifra romana V se asocia con la abertura erótica de las piernas femeninas, tres lobos, puesto que los padres quizá hicieron el amor tres veces, dos lobos, puesto que eran los padres more ferarum, o tal vez dos perros que con anterioridad el niño habría visto acoplarse, un lobo, puesto que el lobo es el padre –estaba claro desde el principio-, por último, cero lobos, puesto que ha perdido su cola, tan castrado como castrador. ¿A quién quieren tomar el pelo? Los lobos no tenían ninguna posibilidad de salir bien parados, de salvar su manada: desde el principio se había decidido que los animales sólo podían servir para representar un coito entre padres, o, a la inversa, para ser representados por ese coito. 


Freud ignora totalmente la fascinación que ejercen los lobos, el significado de la llamada muda de los lobos, la llamada a devenir-lobo. Unos lobos observan y fijan al niño que sueña; cuánto más tranquilizador es decirse que el sueño ha producido una inversión, y que es el niño el que mira a los perros o a los padres haciendo el amor. Freud sólo conoce el lobo o el perro edipizado, el lobo-papá castrato castrador, el perro atado, el Sí... Sí... del psicoanalista. 



Franny escucha una emisión sobre los lobos. Yo le pregunto: ¿te gustaría ser un lobo? Respuesta altanera: “qué tontería, no se puede ser un lobo, siempre se es ocho o diez, seis o siete lobos. No que uno sea seis o siete lobos a la vez, sino un lobo entre otros lobos, un lobo con cinco o seis lobos”. Lo importante en el devenir-lobo es la posición de masa, y, en primer lugar, la posición del propio sujeto respecto a la manada, respecto a la multiplicidad-lobo, la manera de formar o no parte de ella, la distancia a la que se mantiene, la manera de estar o no unido a la multiplicidad. 



Para atenuar la severidad de su respuesta, Franny cuenta un sueño: “Hay un desierto. Pero tampoco tendría sentido decir que estoy en el desierto. Es una visión panorámica del desierto, ese desierto no es trágico ni está deshabitado, sólo es desierto por su color ocre y su luz, ardiente y sin sombra. En él hay una multitud bulliciosa, enjambre de abejas, melé de futbolistas o grupo de tuaregs. Yo estoy en el borde de esa multitud, en la periferia; pero pertenezco a ella, estoy unida a ella por una extremidad de mi cuerpo, una mano o un pie. Sé que esta periferia es el único lugar posible para mí, moriría se me dejara arrastrar al centro de la melé, pero seguramente me sucedería lo mismo si la abandonara. Mi posición no es fácil de conservar, incluso diría que es muy difícil de mantener, porque esos seres se mueven sin parar, sus movimientos son imprevisibles y no responden a ningún ritmo. 


Unas veces se arremolinan, otras van hacia el norte y luego, bruscamente, hacia el este, sin que ninguno de los individuos que componen la multitud mantengan la misma posición con relación a los demás. Así pues, también yo estoy en perpetuo movimiento, y eso exige una gran tensión, pero a la vez me proporciona un sentimiento de felicidad violento, casi vertiginoso”. Qué gran sueño esquizofrénico. Estar de lleno en la multitud y a la vez totalmente fuera, muy lejos: borde, paseo a lo Virginia Wolf (jamás volveré a decir soy estoy, soy aquello”). 



Problema del doblamiento en el inconciente: todo lo que pasa por los poros del esquizofrénico, las venas del drogadicto, hormigueos, bullicios, ajetreos, intensidades, razas y tribus. ¿No es de Jean Ray, que tan bien ha sabido asociar el terror con los fenómenos de micromultiplicidades, ese cuento en el que una piel blanca está levantada a causa de tantas ampollas y pústulas, y por cuyos poros pasan negras cabezas enanas, gesticulantes, abdominables, que es necesario afeitar a navaja cada mañana? Y también las “alucinaciones liliputienses” producidas por el éter. Uno, dos, tres esquizofrénicos: “en cada poro de la piel me crecen bebés” –“Pues a mí no es en los poros, es en las venas donde me crecen barritas de hierro” –“No quiero que me pongan inyecciones, salvo si son de alcohol alcanforado. De lo contrario, me crecen senos en cada poro”. 


Freud intentó abordar los fenómenos de multitud desde el punto de vista del inconciente, pero no vio claro, no veía que el propio inconciente era fundamentalmente una multitud. Miope y sordo, Freud confundía las multitudes con una persona. Los esquizofrénicos, por el contrario, tienen una mirada y un oído muy finos. Jamás confunden los rumores y las oleadas de la multitud con la voz de papá. En cierta ocasión, Jung sueña con osamentas y cráneos. Un hueso, un cráneo, nunca existen solos. El osario es una multiplicidad. Freud se empeña en que eso significa la muerte de alguien. “Jung, sorprendido, le hace observar que había varios cráneos, no uno sólo. Pero Freud continuaba...” 



Una multiplicidad de poros, de puntos negros, de pequeñas cicatrices o de mallas. De senos, de bebés y de barras. Una multiplicidad de abejas, de futbolistas o de tuaregs. Una multiplicidad de lobos, de chacales... Ninguna de estas cosas se deja reducir, sino que más bien nos remite a un cierto estatuto de las formaciones del inconciente. Intentemos definir los factores que intervienen aquí: en primer lugar algo que actúa como cuerpo lleno –cuerpo sin órganos-. El desierto en el sueño precedente. El árbol desnudo en el que están encaramados los lobos en el sueño del Hombre de los lobos. La piel como envoltura o anillo, el calcetín como superficie reversible. 


Una casa, una habitación, y tantas cosas más, cualquier cosa. Nadie hace el amor con amor sin constituir para sí, con el otro o los otros, un cuerpo sin órganos. Un cuerpo sin órganos no es un cuerpo vacío y desprovisto de órganos, sino un cuerpo en el que lo que hace de órganos (¿lobos, ojos de lobos, mandíbulas de lobos?) se distribuye según fenómenos de masa, siguiendo movimientos brownianos, bajo la forma de multiplicidades moleculares. El desierto está poblado. El cuerpo sin órganos se opone, pues, no tanto a los órganos como a la organización de los órganos, en la medida en que ésta compondría un organismo. 


No es un cuerpo muerto, es un cuerpo vivo, tanto más vivo, tanto más bullicioso cuanto que ha hecho desaparecer el organismo y su organización. Unas pulgas de mar saltando en la playa. Las colonias de la piel. El cuerpo lleno sin órganos es un cuerpo poblado de multiplicidades. El problema del inconciente no tiene nada que ver con la generación, y sí mucho con el doblamiento, la población. Es un asunto de población mundial en el cuerpo lleno de la tierra, y no de generación familiar orgánica. “Adoro inventar hordas, tribus, los orígenes de una raza... Regreso de mis tribus. Por ahora, soy hijo adoptivo de quince tribus, ni una más, ni una menos. Y son mis tribus adoptivas, porque las quiero a todas más y mejor que si hubiera nacido en ellas”. Nos dicen: ¿pero el esquizofrénico no tiene también un padre y una madre? Sentimos tener que decir que no, que como tales no los tiene. Sólo tiene un desierto y tribus que lo habitan, un cuerpo lleno y multiplicidades que se aferran a él. 


En segundo lugar hay, pues, que definir la naturaleza de esas multiplicidades y de sus elementos. EL RIZOMA. Uno de los caracteres esenciales del sueño de multiplicidad es que cada elemento no cesa de variar y de modificar su distancia respecto a los demás. En la nariz del Hombre de los lobos, los elementos no cesarán de bailar, de crecer y disminuir, caracterizados como poros en la piel, pequeñas cicatrices en los poros, pequeñas grietas en el tejido cicatricial. Ahora bien, esas distancias variables no son cantidades extensivas que se dividirían unas en otras, sino que más bien son siempre indivisibles, “relativamente indivisibles”, es decir, que no se dividen ni antes ni después de un cierto umbral, que no aumentan ni disminuyen sin que sus elementos no cambien de naturaleza. Enjambre de abejas, e inmediatamente después melé de futbolistas con camiseta a rayas, o bien banda de tuaregs. 


O también: el clan de los lobos se refuerza con un enjambre de abejas contra la banda de los Deulhs, bajo la acción de Mowgli que corre en el borde (claro que sí, Kipling comprendía mejor que Freud la llamada de los lobos, su sentido libidinal, y además en el Hombre de los lobos también hay una historia de avispas y de mariposas que sustituirá a la de los lobos: se pasa de los lobos a las avispas). Pero, ¿qué quiere decir eso, esas distancias indivisibles que se modifican sin cesar, y que no se dividen ni se modifican sin que sus elementos no cambien siempre de naturaleza? ¿No suponen el carácter intensivo de los elementos y de sus relaciones en ese género de multiplicidad? 


Exactamente igual que una velocidad o una temperatura, que no se componen de velocidades o de temperaturas, sino que se engloban en otras o engloban a otras que indican cada vez un cambio de naturaleza. Pues esas multiplicidades no tienen el principio de su métrica en un medio homogéneo, sino en otra parte, en las fuerzas que actúan en ellas, en los fenómenos físicos que las habitan, precisamente en la líbido que las constituye desde dentro, y que no las constituye sin dividirse en flujos variables y cualitativamente distintos. El propio Freud reconoce la multiplicidad de las “corrientes” libidinales que coexisten en el Hombre de los lobos. Por eso no deja de sorprendernos su forma de tratar las multiplicidades del inconciente. Para él siempre habrá que reducirlo todo a lo Uno: las pequeñas cicatrices, los agujeritos serán las subdivisiones de la gran cicatriz o del agujero mayor llamado castración, los lobos serán los substitutos de un único y mismo padre que aparece por todas partes, tantas como se le haya puesto (como dice Ruth Mack Brunswick, adelante, los lobos son “todos los padres y los médicos”; pero el Hombre de los lobos piensa: y mi culo, ¿no es un lobo?). 



Había que hacer lo contrario, había que comprender en intensidad: el Lobo es la manada, es decir, la multiplicidad aprehendida como tal en un instante por su acercamiento o su alejamiento de cero, distancias que siempre son indescomponibles. El cero es el cuerpo sin órganos del Hombre de los lobos. Si el inconciente no conoce la negación es porque en él no hay nada negativo, tan sólo acercamientos y alejamientos indefinidos del punto cero, que de ningún modo expresa la carencia, sino la positividad del cuerpo lleno como soporte y agente (pues “se necesita un aflujo hasta para expresar la falta de intensidad”). Los lobos designan una intensidad, una banda de intensidad, un umbral de intensidad en el cuerpo sin órganos del Hombre de los lobos. Un dentista le decía al Hombre de los lobos “le van a caer los dientes a causa de su forma de masticar, usted mastica con mucha fuerza”; al mismo tiempo sus encías se cubrían de pústulas y de agujeritos. La mandíbula como intensidad superior, los dientes como intensidad inferior, y las encías pustulosas como acercamiento a cero. El lobo como aprehensión instantánea de una multiplicidad en esa zona, no es un representante, un substituto, es un yo siento. Yo siento que devengo lobo, lobo entre los lobos, en el borde de los lobos, y el grito de angustia, el único que Freud oye es: ayúdeme a no devenir lobo (o, al contrario, a no fracasar en ese devenir). Y no es una representación: nada de creerse un lobo, de representarse como lobo. El lobo, los lobos, son intensidades, velocidades, temperaturas, distancias variables indescomponibles. 


Todo un hormigueo, un “lobeo”. Y ¿quién puede creer que la máquina anal no tiene nada que ver con la máquina de los lobos, o que ambas sólo estén unidas por el aparato edípico, por la figura demasiado humana del Padre? Pues al fin y al cabo el ano también expresa una intensidad, en este caso el acercamiento a cero de la distancia que no se descompone sin que los elementos no cambien de naturaleza. Da igual campo de anos que manada de lobos. ¿No está el niño unido a los lobos por el ano, en la periferia? Descenso de la mandíbula al ano. Estar unido a los lobos por la mandíbula y por el ano. Una mandíbula no es una mandíbula de lobo, la cosa no es tan sencilla, sino que mandíbula y lobo forman una multiplicidad que se transforma en ojo y lobo, ano y lobo, según otras distancias, siguiendo otras velocidades, con otras multiplicidades, en límites de umbrales. Líneas de fuga o de desterritorialización, devenir-lobo, devenir-inhumano de las intensidades desterritorializadas, eso es la multiplicidad. Devenir lobo, devenir agujero es desterritorializarse según líneas distintas enmarañadas. Un agujero no es más negativo que un lobo. La castración, la carencia, el substituto, qué historia contada por un idiota demasiado conciente que no entiende nada de las multiplicidades como formaciones del inconciente. Un lobo, pero también un agujero, son partículas, producciones de partículas, trayectos de partículas en tanto que elementos de multiplicidades moleculares. 


Ni siquiera vale decir que las partículas intensas e inestables pasan por agujeros, un agujero es tan partícula como lo que pasa por él. Los físicos dicen: los agujeros no son ausencias de partículas, son partículas que van más rápido que la luz. Anos volantes, vaginas rápidas, la castración no existe. 
Volvamos a esa historia de multiplicidad, porque fue un momento muy importante la creación de ese sustantivo precisamente para escapar a la oposición abstracta de lo múltiple y lo uno, para escapar a la dialéctica, para llegar a pensar lo múltiple al estado puro, para dejar de considerarlo como el fragmento numérico de una Unidad o Totalidad perdidas, o, al contrario, como el elemento orgánico de una Unidad o Totalidad futuras –para distinguir más bien los tipos de multiplicidad-. Así por ejemplo, el físico-matemático Riemann establece una distinción entre multiplicidades discretas y multiplicidades continuas (estas últimas sólo encuentran el principio de su métrica en las fuerzas que actúan en ellas). 


Meinong y Russell hablarán de multiplicidades de magnitud o de divisibilidad, extensivas y de multiplicidades de distancia, más próximas de lo intensivo. Para Bergson hay multiplicidades numéricas o extensas, y multiplicidades cualitativas y de duración. Nosotros hacemos más o menos lo mismo cuando distinguimos multiplicidades arborescentes y multiplicidades rizomáticas. Macro y micromultiplicidades. Por un lado, multiplicidades extensivas, divisibles y molares; unificables, totalizables, organizables; concientes o preconcientes. Por otro, multiplicidades libidinales, inconcientes, moleculares, intensivas, constituidas por partículas que al dividirse cambian de naturaleza, por distancias que al variar entran en otra multiplicidad, que no cesan de hacerse y deshacerse al comunicar, al pasar la unas a las otras dentro de un umbral, o antes, o después. Los elementos de estas últimas multiplicidades son partículas; sus relaciones, distancias; sus movimientos, brownianos; su cantidad, intensidades, diferencias de intensidad. 



Todo esto tiene una base lógica. Elias Canetti distingue dos tipos de multiplicidad, que unas veces se oponen y otras se combinan: de masa y de manada. Entre los caracteres de masa, en el sentido de Canetti, habría que señalar la gran cantidad, la divisibilidad y la igualdad de los miembros, la concentración, la sociabilidad del conjunto, la unicidad de la dirección jerárquica, la organización de territorialidad o de territorialización, la emisión de signos. Entre los caracteres de manada, la pequeñez o la restricción del número, la dispersión, las distancias variables indescomponibles, las metamorfosis cualitativas, las desigualdades como diferencias o saltos, la imposibilidad de una totalización o de una jerarquización fijas, la variedad browniana de las direcciones, las líneas de desterritorialización, la proyección de partículas. Sin duda, no hay más igualdad ni menos jerarquía en las manadas que en las masas, pero no son las mismas. El jefe de manada o de banda actúa por acciones sucesivas, debe partir de cero en cada acción, mientras que el jefe de grupo de masa consolida y capitaliza lo adquirido. 


La manada, incluso en su propio terreno, se constituye en una línea de fuga o de desterritorialización que forma parte de ella, y a la que da una gran valor positivo; las masas, por el contrario, sólo integran tales líneas para segmentarizarlas, bloquearlas, afectarlas de un signo negativo. Canetti señala que en la manada cada miembro permanece solo a pesar de estar con los demás (por ejemplo los lobos-cazadores); cada miembro se ocupa de lo suyo al mismo tiempo que participa en la banda. “En las constelaciones cambiantes de la manada, el individuo se mantendrá siempre en el borde. Estará dentro, e inmediatamente después en el borde, en el borde, e inmediatamente después dentro. Cuando la manada forma un círculo alrededor de su fuego, cada cual podrá ver a sus vecinos a derecha y a izquierda, pero la espalda está libre, la espalda está abiertamente expuesta a la naturaleza salvaje”. Reconocemos aquí la posición esquizofrénica, estar en la periferia, mantenerse en el grupo por una mano o un pie... A ella opondremos la posición paranoica del sujeto de masa, con todas las identificaciones entre el individuo y el grupo, el grupo y el jefe, el jefe y el grupo; formar parte plenamente de la masa, aproximarse al centro, no permanecer nunca en la periferia, salvo cuando la misión lo exige. ¿Por qué suponer (como Honrad Lorenz por ejemplo) que las bandas y su tipo de camaradería representan un estado evolutivamente más rudimentario que las sociedades de grupo o de conyugalidad? No sólo hay bandas humanas, sino que hasta las hay especialmente refinadas: la “mundanidad” se distingue de la “sociabilidad”, puesto que está más próxima de una manada, y el hombre social tiene una imagen envidiosa y errónea del mundano, puesto que desconoce las posiciones y jerarquías específicas de la mundanidad, las relaciones de fuerza, sus ambiciones y proyectos tan particulares. Las relaciones mundanas no se corresponden nunca con las relaciones sociales, no coinciden con ellas. Hasta los “manierismos” (los hay en todas las bandas) pertenecen a las micromultiplicidades y se distinguen de los usos o costumbres sociales. 



No obstante, no hay que oponer los dos tipos de multiplicidades, las máquinas molares y las moleculares, según un dualismo que no sería mejor que el de lo Uno y lo Múltiple. No hay más que multiplicidades de multiplicidades que forman un mismo agenciamiento, que se manifiestan en el mismo agenciamiento: las manadas en las masas, y a la inversa. Los árboles tienen líneas rizomáticas, y el rizoma puntos de arborescencia. ¿Cómo no se iba a necesitar un enorme ciclotrón para producir partículas locas? ¿Cómo las líneas de desterritorialización podrían ser tan siquiera asignables fuera de los circuitos de territorialidad? ¿Cómo no iba a ser en grandes extensiones, y en relación con las profundas transformaciones que se producen en ellas, donde de pronto surge el minúsculo arroyo de una intensidad nueva? ¿Cuánto no hay que hacer para obtener un nuevo sonido? El devenir-animal, el devenir-molecular, el devenir-inhumano suponen una extensión molar, una hiperconcentración humana, o las preparan. En Kafka, la construcción de una gran máquina burocrática paranoica va unida a la creación de pequeñas máquinas esquizofrénicas de un devenir-perro, de un devenir-coleóptero. 


En el Hombre de los lobos, el devenir-lobo del sueño es inseparable de la organización religiosa y militar de las obsesiones. Un militar hace de lobo, un militar hace el perro. No hay dos multiplicidades o dos máquinas, sino un solo y mismo agenciamiento maquínico que produce y distribuye el todo, es decir, el conjunto de enunciados que corresponden al “complejo”. ¿Qué nos dice es psicoanálisis sobe todo esto? Edipo, nada más que Edipo, puesto que el psicoanálisis no escucha nada ni a nadie. Lo elimina todo, masas y manadas, máquinas molares y moleculares, todo tipo de multiplicidades. Véase si no el segundo sueño del Hombre de los lobos, en el momento del episodio llamada psicótico: en una calle un muro con una puerta cerrada, a la izquierda un armario vacío; el paciente frente al armario, y una enorme mujer con una pequeña cicatriz que parece querer pasar del otro lado del muro; detrás de éste, unos lobos que se precipitan hacia la puerta. La Sra. Brunswick no puede engañarse: por más que se esfuerza en reconocerse en la enorme mujer, ve perfectamente que aquí los lobos son los bolcheviques, la masa revolucionaria que ha saqueado el armario o confiscado la fortuna del Hombre de los lobos. En un estado metaestable, los lobos han pasado a formar parte de una gran máquina social. 


Pero, salvo lo que ya decía Freud, el psicoanálisis no tiene nada que decir sobre todas estas cuestiones: todo sigue remitiendo aún a papá (que, como por casualidad, era uno de los jefes del partido liberal en Rusia, pero eso no tiene ninguna importancia, basta con decir que la revolución ha “satisfecho el sentimiento de culpabilidad del paciente”). Verdaderamente podría pensarse que la libido, n sus inversiones y contrainversiones, no tiene nada que ver con las conmociones de masas, los movimientos de manadas, los signos colectivos y las partículas de deseo. 



En realidad, no basta con atribuir al preconciente las multiplicidades molares o las máquinas de masa, reservando para el conciente otro tipo de máquinas o de multiplicidades. Lo propio del inconciente es el agenciamiento de las dos, el modo en que las primeras condicionan a las segundas, y éstas preparan las primeras, se escapan de ellas o vuelven a ellas: la libido lo baña todo. Hay, pues, que tenerlo todo en cuenta: el modo en que una máquina social o una masa organizada tienen un inconciente molecular que no sólo indica su tendencia a la descomposición, sino también los componentes actuales de su práctica y de su organización; el modo en que un individuo, tal o cual incluido en una masa tiene un inconciente de manada que no se parece necesariamente a las manadas de la masa de la que forma parte; el modo en que un individuo o una masa van a vivir en su inconciente las masas y las manadas de otra masa o de oro individuo. 


¿Qué quiere decir amar a alguien? Captarlo siempre en una masa, extraerlo de un grupo, aunque sea restringido, del que forma parte, aunque sólo sea por su familia o por otra cosa; y después buscar sus propias manadas, las multiplicidades que encierra en sí mismo, y que quizá son de una naturaleza totalmente distinta. Juntarlas con las mías, hacer que penetren en las mías, y penetrar las suyas. Bodas celestes, multiplicidades de multiplicidades. Todo amor es un ejercicio de despersonalización en un cuerpo sin órganos a crear; y en el punto álgido de esa despersonalización es donde alguien puede ser nombrado, recibe su nombre o su apellido, adquiere la más intensa discernibilidad en la aprehensión instantánea de los múltiples que le pertenecen y a los que pertenece. Manada de pecas en un rostro, manada de muchachos que hablan en la voz de una mujer, camada de muchachas en la voz del Sr. De Charlus, horda de lobos en la garganta de alguien, multiplicidad de anos en el ano, la boca o el ojo hacia el que uno se inclina. ¡Cada uno pasa por tantos cuerpos en su propio cuerpo! Albertine es lentamente extraída de un grupo de muchachas, que tiene un número, una organización, un código, una jerarquía determinadas; y no sólo ese grupo y esa masa restringida están inmersos en todo un inconciente, sino que Albertine tiene sus propias multiplicidades que el narrador, al aislarla, descubre en su cuerpo y en sus mentiras, hasta que el final del amor la vuelva indiscernible. 



Pero sobre todo no hay que creer que basta con distinguir masas y grupos exteriores en los que alguien participa o a los que pertenece, y los conjuntos internos que englobaría en sí mismo. La distinción no es en modo alguno la de lo exterior y la de lo interior, siempre relativos y cambiantes, intercambiables, sino la de tipos de multiplicidades que coexisten, se combinan y desplazan –máquinas, engranajes, motores y elementos que intervienen en un determinado momento para formar un agenciamiento productor de enunciado: te amo (u otra cosa)-. Volviendo a Kafka, Felice es inseparable de una cierta máquina social y de las máquinas parlantes cuya firma representa; ¿cómo no iba a pertenecer a ese tipo de organización, a los ojos de Kafka, fascinado como está por el comercio y la burocracia? Pero al mismo tiempo, los dientes de Felice, los grandes dientes carnívoros la hacen pasar según otras líneas a las multiplicidades moleculares de un devenir-perro, de un devenir-chacal... Felice, inseparable del signo de las máquinas sociales modernas, las suyas y las de Kafka (aunque no son las mismas), y de las partículas, las pequeñas máquinas moleculares, de todo el extraño devenir, del trayecto que Kafka hará y le obligará a hacer a través de su perverso aparato de escritura. 



No hay enunciado individual, sino agenciamientos maquínicos productores de enunciados. Nosotros decimos que el agenciamiento es fundamentalmente libidinal e inconciente. El agenciamiento es el inconciente en persona. Por ahora, nosotros vemos en él distintos tipos de elementos (o multiplicidades): máquinas humanas, sociales y técnicas, molares, organizadas; máquinas moleculares, con sus partículas de devenir-inhumano; aparatos edípicos (por supuesto, claro que hay enunciados edípicos, y muchos), aparatos contraedípicos, de aspecto y funcionamiento variables. Más adelante analizaremos todo esto. En realidad, ni siquiera podemos hablar de máquinas diferentes, sino únicamente de tipos de multiplicidades que se combinan y forman en un determinado momento un solo y mismo agenciamiento maquínico, figura sin rostro de la libido. 


Todos estamos incluidos en un agenciamiento de este tipo, reproducimos el enunciado cuando creemos hablar en nombre propio, o más bien hablamos en nombre propio cuando producimos el enunciado. Qué extraños son los enunciados, verdaderos discursos de locos. Decíamos Kafka, también podríamos decir el Hombre de los lobos; una máquina religioso-militar que Freud asigna a la neurosis obsesiva; una máquina anal de manada o de devenir-lobo, también avispa o mariposa, que Freud asigna al carácter histérico; un aparato edípico que Freud convierte en el único motor, el motor inmóvil que aparece por todas partes; una aparato contraedípico (¿el incesto con la hermana, incesto-esquizofrénico, o bien el amor con “personas de condición inferior”, o bien la analidad, la homosexualidad?),todas esas cosas en las que Freud no ve más que sustitutos, regresiones y derivados de Edipo. En verdad Freud no ve ni entiende nada. No tiene la menor idea de lo que es un agenciamiento libidinal con todas las maquinarias que utiliza, todos los amores múltiples. 



Claro que hay enunciados edípicos. Por ejemplo, en el relato de Kafka, Chacales y Árabes, es muy fácil hacer ese tipo de lectura: siempre es posible, no se corre ningún riesgo, siempre funciona, pero, so sí, no se entiende nada. Los árabes están claramente relacionados con el padre, los chacales con la madre; y entre los dos, toda una historia de castración representada por las tijeras oxidadas. Pero se da la circunstancia de que los árabes son una masa organizada, armada, extensiva, extendida por todo el desierto; y los chacales una manada intensa que no cesa de adentrarse en el desierto, siguiendo líneas de fuga o de desterritorialización (“están locos, verdaderamente locos”); entre los dos, en el borde, el Hombre del norte, el Hombre de los chacales. Y las enormes tijeras, ¿no son el signo Árabe que conduce o lanza las partículas-chacales, tanto para acelerar su loca carrera, desprendiéndolas de la masa, como para devolverlas a esa masa, dominarlas y excitarlas, hacerlas girar? Aparato edípico del alimento: el camello muerto; aparato contraedípico de la carroña: matar los animales para comer, o comer para limpiar las carroñas. Los chacales plantean bien el problema: no es un problema de castración, sino de “limpieza”, la prueba del desierto-deseo. ¿Qué prevalecerá, la territorialidad de masa o la desterritorialización de manada, bañando la líbido todo el desierto como cuerpo sin órganos en el que se desarrolla el drama? 


No hay enunciado individual, jamás lo hubo. Todo enunciado es el producto de un agenciamiento maquínico, es decir, de agentes colectivos de enunciación (no entender por “agentes colectivos” los pueblos o las sociedades). El nombre propio no designa un individuo: al contrario, un individuo sólo adquiere su verdadero nombre propio cuando se abre a las multiplicidades que lo atraviesan totalmente, tras el más severo ejercicio de despersonalización. El nombre propio es la aprehensión instantánea de una multiplicidad. El nombre propio es el sujeto de un puro infinitivo entendido como tal en un campo de intensidad. Exactamente lo que Proust dice del nombre: al pronunciar Gilberto tenía la sensación de tenerla totalmente desnuda en mí boca. 


El Hombre de los lobos, verdadero nombre propio, nombre íntimo que remite a los devenires, infinitivos, intensidades de un individuo despersonalizado y multiplicado. ¿Pero entiende el psicoanálisis algo de la multiplicación? Esa hora del desierto en la que el dromedario deviene mil dromedarios que ríen burlonamente en el cielo. Esa hora de la noche en la que mil agujeros se abren en la superficie de la tierra. Castración, castración, grita el espantajo psicoanalítico que siempre ha visto un agujero, un padre, un perro donde hay lobos, un individuo domesticado donde hay multiplicidades salvajes. 


Al psicoanálisis no sólo le reprochamos que haya seleccionado los enunciados edípicos. Pues esos enunciados, en cierta medida, aún forman parte de un agenciamiento maquínico respecto al cual podrían servir de índices corregibles, como en un cálculo de errores. Lo que realmente le reprochamos es que haya utilizado enunciados edípicos para hacer creer al paciente que iba a tener enunciados personales, individuales, que por fin iba a poder hablar en nombre propio. Ahora bien, todo está falseado desde el principio: el Hombre de los lobos jamás podrá hablar. Se esforzará en vano en hablar de los lobos, en gritar como un lobo, Freud ni siquiera escucha, mira a su perro y responde “es papá”. Mientras esta situación dure, Freud hablará de neurosis, y cuando falle, de psicosis. 


El Hombre de los lobos recibirá la medalla psicoanalítica por los servicios prestados a la causa, e incluso la pensión alimentaria que se da a los excombatientes mutilados. El Hombre de los lobos sólo hubiera podido hablar en su nombre si se hubiese puesto de manifiesto el agenciamiento maquínico que producía en él tales o tales enunciados. Pero eso no es lo que hace el psicoanálisis; en el preciso momento en que se persuade al sujeto de que va a proferir sus enunciados más individuales, se le priva de todas las condiciones de enunciación. 


Hacer callar a las personas, impedirles hablar, y sobre todo, cuando hablan, hacer como si nada hubiesen dicho: esa es la famosa neutralidad psicoanalítica. El Hombre de los lobos continúa gritando: ¡seis o siete lobos! Freud responde: ¿qué? ¿Cabritos? Qué interesante, si elimino los cabritos, queda un lobo, que tiene que ser tu padre... 


Por eso el Hombre de los lobos se siente tan cansado: permanece tumbado con todos sus lobos en la garganta, y todos los agujeritos en su nariz, todos esos valores libidinales en su cuerpo sin órganos. 


Estallará la guerra, los lobos devendrán bolcheviques, el Hombre de los lobos sigue asfixiado por todo lo que tenía que decir. Sólo nos comunicarán que se volvió bien educado, cortés, resignado, “honesto y escrupuloso”!, en una palabra, curado. 


El se venga insistiendo en que el psicoanálisis carece de una visión verdaderamente zoológica: “Para un joven no hay nada tan valioso como el amor a la naturaleza y la compresión de las ciencias naturales, en particular de la zoología” 

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