Realmente, Luca Brasi era un hombre capaz de asustar al mismo diablo. De corta estatura y cuadrado, su sola presencia llevaba intranquilidad a cualquier ambiente. Sus ojos eran color marrón pero fríos como el hielo. Su boca, más que cruel, parecía sin vida; delgada, como de goma y de color morado. Tenía fama de ser un hombre terriblemente violento, y era legendaria su devoción por Don Corleone. De hecho, era, en sí mismo, una de las bases sobre las que se asentaba el poder del Don. No había muchos como él. No temía a la policía, no temía a la sociedad, no temía a Dios, no temía al infierno; no temía ni amaba a nadie. Pero había elegido, había «escogido» temer y amar a Don Corleone.
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